Un único desierto


Este año 2017 está marcado literariamente por las efemérides relacionadas con grandes obras, desde los cincuentenarios de las novelas Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, hasta los veinte años de Pastoral americana, de Philip Roth. Aquí en el Perú también tenemos este tipo de efemérides, una de ella los veinte años de Un único desierto (Australis 1997) libro de cuentos de Enrique Prochazka (Lima, 1960) que con el tiempo se ha convertido en un “clásico” de la narrativa fantástica peruana.

Prochazka se presentaba entonces, a los 37 años de edad, como montañista y fotógrafo, además de haber realizado estudios de filosofía y antropología en la PUC. Todas esas actividades se manifestaban en sus relatos, en elementos como su fascinación por los mapas y los paisajes áridos (a los que hace referencia el título), su interés por las culturas antiguas o la importancia de ciertas ideas y conceptos. Características todas que remitían también a la obra de Jorge Luis Borges, y a las que había que sumar algunos tópicos narrativos (duplicaciones, traiciones, manuscritos extraviados), referencias culturales (Herodoto, Averroes, Schopenhauer, etc) y hasta el estilo. Aunque según Prochazka “si paso por ser un mal y tardío copista del maestro quizás se deba a que he usado los mismos ritmos y frases que Borges robó a sus mayores” (p. 141).

Uno de los mejores relatos del libro es “Los dos monstruos”, que ganó una versión del concurso “El cuento de las mil palabras” y que incluso mereció un entusiasta elogio de Julio Ramón Ribeyro, tanto por el esmerado trabajo con el lenguaje como por la diversidad de lecturas posibles. Se trata de tres manuscritos hallados (tablillas alfa, beta y gamma) que nos muestran al héroe griego Teseo en tres momentos diferentes: cuando mató al Minotauro (como en “La casa de Asterión” de Borges), en un extraño encuentro con Ariadna y en un momento indeterminado, cuando espera “el áureo carro que Apolo habrá ocultado tras las nubes para siempre”.

Como en “Los dos monstruos”, una parte de los cuentos aquí reunidos (escritos entre 1980 y 1991) puede ser considerada variaciones sobre ciertos temas propuestos por Borges: “El premio”, “Dios”, “Conquistador”, “El porquerizo”. Otros, en cambio, muestran que Prochazka comenzaba a dejar la sombra protectora del maestro para intentar camino más personales. En “Hallazgo de la fruta” el tema es casi trivial: la ceremoniosa forma en que un padre parte naranjas en la mesa familiar. En el otro extremo, “Cáucaso” narra la historia casi mitológica de un maestro electricista de Villa El Salvador que muere por robar electricidad del elegante barrio de Las Casuarinas.

Pero acaso cuando más arriesga Prochazka es al abordar abiertamente la ciencia ficción, un género polémico y frecuentemente menospreciado. En "Happy end” se nos remite, entre abundantes citas latinas, a un hipotético futuro en el que una generación decide acabar con la humanidad mediante la esterilización de sus propios hijos, dándoles así la oportunidad de buscar su propia felicidad, al olvidarse por completo de la de sus descendientes. “El breve mar” y “2984” son también ejemplos de ciencia ficción escrita con el rigor y la precisión que siempre han caracterizado a los buenos cuentos, explorando además las posibilidades de este peculiar género.

Por estos caminos Prochazka comenzaba a alejarse de la temática borgesiana, aunque no tanto de su retórica y sus referentes. Jaime Alazraki afirma que la historia y la metafísica eran usadas por Borges como repertorio de imágenes literarias, pero que sus relatos “siempre nos acercan aún más estrechamente a la realidad”. Prochazka, por el contrario, se abandonaba al juego formal (“Hallazgo de la fruta”), a la especulación tecnológica (“El breve mar”) o a la mera aventura (“El porquerizo”, el texto más extenso del libro). Una disidencia que el mismo autor se encarga de negar en “Testamento”, suerte de epílogo al libro. El autor se muestra aquí como todo un personaje borgesiano, incluso en detalles como su afición a la Encyclopaedia Britannica y a las armas blancas. “Los mapas pero, sobre todo, la historia son para mí un pretexto para inventar mundos”, afirma siguiendo al maestro.

El escritor uruguayo Horacio Quiroga recomendaba a los jóvenes cuentistas “creer en un maestro como en Dios mismo”. Un único desierto de Enrique Prochazka fue escrito siguiendo ese consejo, pero también con evidente talento narrativo. Prochazka después confirmaría la calidad de su narrativa con la novela Casa, también de temática fantástica, considerada por buena parte de la crítica como la mejor novela peruana del 2004.

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